jueves, septiembre 13, 2007

un rato en la tierra

... lentamente voy dejando de comparar los días de infortunio triste, aquellos que solían separarme de la irrealidad de mis pensamientos más escarpados.
Minuto de silencio.
Horas.
Creo que ya meses.
Asumiendo consecuencias hipnóticas de desequilibrio sobreexpuesto bajo la sábana de grises lamentos vespertinos, inundando los colores de los caminos cotidianos.
Con los pies sobre la ciudad del destino, y vestido como siempre, entre rojos y temores, trato de ocultarme de mi mismo, aunque sea dejar pasar mi sombra y seguirla, para calmar mi curiosisdad y saber que hace, ¿qué será capaz de hacer?.
Otra vez me detengo a intentar convencerme de conclusiones sin sentido, mientras pienso.
¿He dicho que me carga pensar?, tal vez sólo pensé en decirlo.
... y nuevamente estoy sentado solo en medio de las ovejas.

reyes

Sus mundos de terciopelo verde se unieron fantásticamente, como en los viejos cuentos. Como en las apolilladas palabras ancestrales de los ascendientes.
La corona se posó en Escocia, los monarcas homenajearon y saludaron al pueblo, visitaron hasta los más lejanos escondrijos de la ciudad para el tributo.
Agradecidos, tomaron sus manos, y las alzaron hacia el destino, envueltos en futuros oníricos y cabezas de ruido armonioso. Durante la tarde, antes que el sol vistiérase de recuerdo, juraron impermeabilizar juntos con pinturas de cariño y versos, el castillo que construyeron junto a las flores pigmeas, frente a la palmera de sus sueños, a los árboles sin nombre, y al no pasto de la normalidad.